Kurt en primera persona (Parte 1)

jueves, 13 de diciembre de 2007




A diez años de la muerte de Cobain, Charly García repasa vida y obra del líder de Nirvana. Una reflexión sentida y profunda sobre cómo es ser un artista total y morir en el intento.

"Es mejor que yo, lo siento."

Ahora que casi nadie discute a Kurt Cobain como la última leyenda completa del rock & roll, es fácil apegarse a los gestos de dolor y homenaje de aquel otoño de 1994. Pero por entonces las cosas no estaban tan claras. No todo el mundo -seguramente ni siquiera él mismo- entendía que esa angustia irremediable era compatible con el puesto número uno de MTV.

Por eso la muerte fue tan shockeante, y por eso asombró la velocidad de reflejos de la máxima estrella de rock argentina. Cuando Charly García apareció teñido de rubio sobre el escenario del San Martín, en homenaje al caído de Seattle, la mayoría lo leyó como un típico gesto zumbón de provocación cosmética.

Diez años después de aquel 5 de abril (hasta hoy, el último gran velorio de la historia del rock) García está doblado en la cama, con dos discos de Nirvana a sus pies. "Traelos vos", me había dicho por teléfono. "Porque si los tengo que empezar a buscar...." Llevé Nevermind y el Unplugged , los únicos dos que no tengo "prestados" (encontré también una copia grabada en casete de In Utero, pero le tengo mucho cariño y temí que García me pidiera dejársela).

"Fui a la peluquería de acá al lado, que ahora cambió de dueño", recuerda García de ese día del ‘94. "Me autoteñí, en realidad. Agarré un poco de ese menjunje, me lo enchanté en el pelo y me vine a casa con eso en la cabeza. Me quedó bastante original, pero no se pudo asentar bien. Me acuerdo que estaba mirando un video de Nirvana y vino Nito Mestre. Supongo que creyó que yo me quería suicidar también y me vació prolijamente una botella de cerveza en la cabeza. Eso le dio un poco más de tono al pelo."

Según aclara Charly hoy aquello fue "un pequeño homenaje". "Yo no lo promocioné de esa forma, pero era claro que había una conexión fuerte. El tipo se había matado y creo que muchos le deben haber rendido su pequeño homenaje. Pibes y no tan pibes de todo el mundo habrán sentido el impacto. Esa fue mi manera de saludar a un colega, o a un ídolo. No a un suicida", concluye. "Me pareció muy Sócrates la actitud de él, como que le estaba probando algo al mundo. Me motivó."

Una decada despues, el sucidio de Cobain sigue siendo una herida abierta. Y no porque el rock haya muerto con él, o porque todavía lloremos las canciones que podría haber escrito. No. Es una herida, o más bien un estigma, porque reformuló los cánones de la tragedia rockera. La máxima punk de vivir rápido y morir joven pero teñida de dolores físicos y despojada de cinismo, densificada con la severidad espiritual de los poetas malditos y proyectada al mundo con la espectacularidad y el voyeurismo de una televisación obsesiva.

Desde entonces el rock no volvió a alumbrar a un mártir generacional tan genuino y tortuosamente prostituido. El final de Cobain no fue la muerte del rock (aunque eso ocurre periódicamente) pero sí la desautorización por tiempo indeterminado del uso del manual de la estrella de rock íntegra y atormentada. A partir de él, no hay margen para apropiarse de esos gestos sin apelar al cinismo o a la racionalización. En otras palabras: con ese antecedente tan claro y definitivo no da para hacerse la víctima, excepto que estés dispuesto a llevar el conflicto hasta las últimas consecuencias.

Charly García (el hombre, el performer) es el gran estigma cultural, la herida abierta del rock argentino. Para bien y para mal, impuso un modelo de artista de flujo continuo ( constant concept ) desde el centro más visible de Buenos Aires y la industria del rock. Tampoco hay mucho margen para hacerse el loco teniendo al máximo veterano de guerra viviendo su reality show en un séptimo piso de Santa Fe y Coronel Díaz. Ese rol -el de artista del pueblo las 24 horas, master en excesos y auto-boicot- ya está cubierto.

García agarra la cajita de nevermind y se hace un buche de whisky JB. "Apenas vi esta tapa me dieron ganas de comprarlo. Me pasó lo mismo con Television. Vi la tapa del disco, lo compré y sabía que era bueno. No podía fallar." Manipula un pequeño reproductor de dvd, saca un cd de los Rolling Stones y pone el disco celeste de Nirvana, con el título del álbum en acuosa tipografía negra.

A todo volumen empieza a sonar "Smells Like Teen Spirit". Charly hace la mímica de acordes con cejilla y me mira como diciendo "¿No ves?, es fácil". Sigue las notas introductorias en un organito chillón. "Se nota que ensayaban mucho, se nota que el bajista y el baterista ensayaban mucho por su cuenta. Están muy pegados", grita por encima de la canción. Baja el volumen y precisa: "Está muy bien puesto el coto al grunge estilo Faith No More. Está muy bien producido. ¿Quién lo produjo?". Butch Vig. "Ah, el de Garbage. Hay un trabajo de compresión, de gate , de compuerta: el límite de captación de sonidos está puesto justo para que se escuche lo que se tiene que escuchar. Ese sonido seco... Si se escucharan más cosas sería sucio, y si estuviera más pulido sería demasiado blando."

"In Bloom", el segundo tema, pasa como un tropel. "Nunca me gustaron Pearl Jam, ni Alice In Chains (aunque ese era un gran nombre). Lo intenté, pero no me gustaban. Como movimiento, el grunge no existió. El grunge fue Nirvana. Nadie hizo un disco como éste." Presta más oído y larga: "Se acerca mucho al metal, también".

Arranca la inolvidable línea del bajo de Krist Novoselic de "Come As You Are". "Este es mi tema favorito", sentencia y hace como que toca la batería. "Las letras son muy buenas, muy inteligentes." Cuando llega "Breed", la cuarta canción, con esa velocidad enfermiza, García arranca el plug del reproductor de un manotazo. "Nunca pasé del tercer tema, en realidad. Y eso que me compré varios discos."

Cuando le pongo delante el MTV Unplugged In New York , directamente lo desprecia. Mira la foto panorámica del estudio de televisión en el que Kurt aparece levemente iluminado, en el centro, encorvado en su saquito de hilo marrón, la guitarra acústica contra el pecho. "Tiene una tapa parecida al mío. Pero no me gusta el concepto del unplugged , es medio careta. Y no soy tan fanático de la música de Nirvana como para bancarme un disco de versiones." Le pido explicaciones porque, por momentos, habla de Nirvana como la banda definitiva del rock & roll, y otras veces se refiere a ellos como un mero conjunto de signos, una fabulosa demostración de actitud. Luego de escuchar lo que tiene para decir al respecto, incluyendo definiciones precisas y algunas contradicciones, queda claro que, a su modo, García es fan de Nirvana. Y la conmoción que le provocó la tragedia de Kurt perduró una década. Algo parecido a lo que le ocurrió al resto de la cultura rock.